La historia de los refugiados sirios, contada por una enfermera voluntaria de Motril

Mercedes de la Fuente, campo de refugiados de Grecia

Mercedes de la Fuente colaboró como voluntaria en un campo de refugiados de Grecia

Cuando Mercedes de la Fuente, enfermera del Hospital Santa Ana de Motril, ve imágenes de refugiados sirios en los campos de Grecia intenta tomar un respiro hondo para tener la capacidad de hablar y compartir su testimonio.

“Este verano nos comenzó a llegar información a través de diferentes canales sobre la llegada masiva de refugiados a las islas griegas. En su mayoría eran sirios huyendo de la guerra y buscando un lugar seguro”, recuerda. Las imágenes que se comparten en la televisión no nos permiten imaginar, en realidad, la trágica escena que vivió a diario Mercedes y con la que conviven, cada día, miles de personas que, al huir de los conflictos que desangran Oriente Próximo, se encuentran con la fría burocracia y los prejuicios asociados a su condición.

Aquella experiencia marcó un antes y un después en la vida de esta enfermera que ahora imparte charlas en los institutos de Motril con la intención de mostrar la respuesta de Europa ante cientos de personas que emprenden un viaje peligroso huyendo de la muerte.

«Más del 40% de los refugiados son niños que ahora no tienen nada, que están solos, sin familia y sin esperanzas de un futuro mejor», sostiene la enfermera que denuncia las condiciones de los campos de refugiados.

No solo viven rodeados de alambradas y concertinas, el hacinamiento obliga a estas personas a dormir en tiendas de campaña y en el suelo, independientemente de si llueve, nieva o hace mucho frío. En los días de agua, el suelo se convierte en barro y cala las tiendas. «La ropa no se seca ni se cambia, hay personas que no tienen zapatos y van en chanclas», cuenta Mercedes mientras muestra imágenes de cómo son las letrinas y las pocas duchas que existen para un espacio donde hay más de 20.000 personas.

«Vida barata para gente barata», esa fue la frase que un chico palestino compartió con Mercedes durante aquel verano mientras esperaba un trámite de asilo. «Hay personas que llevan mucho tiempo esperando ese papel en estas condiciones», señala. «Hay un chico joven que ha pasado ya cinco años en el campo de refugiados y que sueña con reunirse con su hermano, que está en otro campo de refugiados de la isla de Quíos», cuenta.

Los menores huérfanos se buscan la vida para sobrevivir. Hay una ONG que implantó una pequeña escuela que tiene una sala llamada «del pánico». «Muchos de ellos llegan por la mañana con ataques de todo tipo por lo que han podido vivir por la noche y se les pone música para intentar relajarles», dice Mercedes.

Esta guerra que está empapando de tristeza el alma de tanta gente no deja de ser un preludio atroz de lo que viven las personas «que tienen la suerte de seguir vivas». Mercedes muestra una imagen de un pan de pita que se les repartió a los refugiados por el catering oficial. Estaba podrido y lleno de moho. La mayoría, subraya Mercedes, no comen porque la comida que les traen está en malas condiciones y enferman.

Ahora, mientras el continente europeo discute su compromiso con este conflicto, Mercedes se moviliza para recaudar comida no perecedera y ropa de abrigo que poder llevar a la trinchera. «Esta situación sobrepasa todo lo que podáis imaginar, pero no debemos olvidar que son personas como nosotros y que las estamos tratando como si no tuvieran ningún valor», denuncia tajante esta enfermera voluntaria con sus fotografías.

Con la memoria puesta en aquella experiencia, esta mujer pone voz al espanto que viven niños, jóvenes, mujeres embarazadas, hombres y ancianos. «No podemos taparnos los ojos», dice. El Gobierno quiere crear centros cerrados para que «la realidad no se vea» y campos de deportación «para devolver a estas personas al horror y la guerra». «Me pidieron que contara esta situación como un testimonio directo y esta es mi manera de ayudarles», concluye.

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