La música de Azahara, el ejemplo que desafía las ideas preconcebidas sobre la juventud de Motril

Azahara Escudero

Esta joven de 22 años lleva toda su vida intentando hacerse un hueco en el mundo de la música

«Hay mucha gente con talento en Motril, pero nunca se ha hecho nada por fomentar ese arte». Habla Azahara Escudero, que creció escuchando a Cristina Aguilera, Adele y a los internacionales de los Beatles, que tuvo su primer teclado con un año y ahora suma veintidós y que aprendió música bajo el ala de su padre en un grupo de metal.

Esta mujer, que está a punto de acabar su carrera universitaria de Musicología, ha aprendido a estudiar el idioma universal de la música con cierta espinita clavada acerca de sus raíces. Ha paseado su guitarra y su piano por muchas salas de conciertos de la provincia, ha cantado en bolos y verbenas, ha amenizado bodas y momentos especiales y hasta supo emanciparse y empezar a crear, desde cero, su nombre propio como artista. La que siempre quiso ser y que se niega a encasillar en un género concreto, «porque la música es más libre que todo eso, si no hubieran experimentado con ella ahora mismo no habría nada».

Azahara, que lleva tatuado en su brazo un piano de cola y la idea nietzscheana de superhombre, representa a toda una generación de jóvenes que le dicen «sí a la vida» cuando el mundo no regala buenos pronósticos. Los comienzos nunca son fáciles, pero iniciar una carrera artística en Motril casi que parece una afirmación imposible. «Los jóvenes necesitan referentes y espacios para lanzar sus propias iniciativas», argumenta. Ella, difícil de domar, combativa, clara como el cielo en días de verano, cree que la vida hay que amarla y disfrutarla más y juzgarla y racionalizarla menos. Un hecho que rompe con esa idea preconcebida, divulgada a bombo y platillo, de que a la gente joven «lo único que le importa es la fiesta y el botellón». Hay excepciones, claro. Pero, sin profundizar mucho en cómo la era de las redes sociales y el postureo ha matado la autenticidad en todos los órdenes, devolviendo el golpe, Azahara intuye que parte de culpa de ese desapego por la cultura pertenece a las distintas administraciones y esferas de la política, especialmente la local, que nunca se tomó «muy en serio de qué iba eso de la cultura porque nunca llegó a valorarla del todo».

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El entorno millennial también deja ejemplos que invitan a la reflexión. Esta misma joven, que con tres años ya aprendía música en la escuela municipal, que estuvo hasta los dieciocho en el conservatorio, ahora, además de estudiar, inaugura veladas, versiona a los grandes cantautores de ayer y hoy, y se «busca la vida a su rollo» para poder seguir alimentando el brillo de sus ojos, que hacen chiribitas al hablar de música y de lo bonito que es rodearse de personas que amen lo mismo que tú para compartirla. A Motril le canta una canción silenciosa, es como un himno protesta contra la desgana de poner a prueba a los jóvenes, de proponerles alternativas para que ese choque cultural entre dos mundos, que pertenecen a generaciones distintas, no parezca un abismo, sino un espacio donde hay corrientes que pueden llegar a confluir.

Desde ese día en el que se presentó a un concurso musical que organizaba Onda Cero Granada aprovechó para darle un giro poético a su vida, para comprender más tarde, parafraseando a Jaime Gil de Biedma, «que lo de la música iba en serio». Azahara quiere llevarse la vida por delante y ver qué pasa después. Ella camina recta, con su guitarra apoyada en uno de sus hombros, valerosa de que todo lo que ha construido, hasta ahora, «nadie se lo ha regalado». Cree en su futuro. Y lo quiere pelear con el único ánimo de ser feliz «a su manera». Larga vida a esos jóvenes que serán los referentes del mañana.

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