Lee íntegro el Pregón de Semana Santa de Motril 2020
Este es el pregón de la Semana Santa de Motril pronunciado por Carmen Muñoz Andrade en el Teatro Calderón de la Barca el domingo 1 de marzo
La anunciación
Y el ángel le dijo: «No temas, María, porque eres Tú, BLANCA AZUCENA, Discípula fiel y adelantada, Vecina ilustre, Estrella de la mañana, Alcaldesa perpetua, Esclava humilde y PASTORA de las almas, la que vino de Corinto en un navío portugués, para ser en esta tierra manto protector, canto de alegría y Madre del Divino AMOR, la que cruzó el Mediterráneo y calmó la tempestad, salvando la vida de aquellos marinos que pensaron que morirían en la mar. Ellos, agradecidos, peregrinaron desde el puerto hasta la ciudad, bendiciendo toda esta tierra con tu MISERICORDIA y con tu PAZ, para proclamarte SEÑORA DE LA CABEZA y Patrona celestial.
Dichosa Tú, María del ROSARIO con apellido dominico, porque has escuchando la voz del Creador sin ningún tipo de prejuicio, abrazando el porvenir con la confianza fijada en el Altísimo. Dios, que como cualquier padre quiere lo mejor para su hijo, ha puesto sus ojos en Ti y en el perfecto matrimonio que desde tu llegada mantienes con Motril. Él, que incluso ve en lo escondido, sabe que el misterio de este idilio reside en su gente, que con su carácter amable y sonriente, te han prometido eterno amor y han conseguido pintar, Señora, de celeste y blanco tu corazón.
Concebirás en tu seno un niño, al que pondrás por nombre Jesús. Él será grande y proclamado hijo de Dios vivo. Motril, que ya goza con la dicha de esta noticia, recibirá al DULCE NOMBRE con inmensa gratitud y desmedida alegría, tañendo campanas en cada rincón y en cada plaza, para anunciar la buena nueva que tanto tiempo hacía que aguardaba, Dios se hará hombre en el mismísimo fruto de la bendita ESPERANZA.
El Espíritu Santo descenderá sobre Ti y el poder del Creador te cubrirá con su gracia, entregándote así a su hijo único y amado, llamado a salvar a la humanidad de la mancha del pecado. El Todopoderoso te nombrará entonces, de manera pública y notoria, y así te conocerán por los siglos sin término, no solo tus vecinos sino también el forastero, como Madre de la Santísima VICTORIA, porque representas, Señora, el triunfo del amor más puro y verdadero.
Jesús crecerá en estatura, en bondad y en sabiduría, atendiendo los asuntos del Padre y aceptando que su muerte es la semilla de la nueva vida. En Capuchinos, en las Angustias, en San Antonio, en las Monjas y en los Frailes, Motril se congregará para escuchar su mensaje. Cristo, conocedor de que donde no cala la palabra es mejor predicar con el ejemplo, se entregará a los hombres amando hasta el extremo. Y así, la tierra que lo vio nacer, sufrirá con Él el mayor de los padecimientos.
Será entonces, en el noveno domingo del calendario de nisán, con la inmensa plaza de España abarrotada, cuando el Señor entre en Motril, vestido de Rey y con aire triunfante, a lomos de un borrico, entre olivos y palmas, mientras sus vecinos claman: ¡Bendito el hijo de David! ¡Señor, Hosanna! Jesús tomará después, junto a sus discípulos predilectos, el Camino de las Cañas, qué reducto tan cofrade y motrileño, para entregarse en oración buscando la caricia de su Padre, mientras los suyos son vencidos por el sueño.
Y allí, la traición se sellará con un simple beso, cuando Judas entregue al Señor por 30 piezas de plata como precio. En ese instante, Señora, siete DOLORES te traspasarán el alma, mientras tu hijo sea prendido, como si de un malhechor se tratara, por una cobarde muchedumbre ataviada con palos y espadas. Jesús, maniatado y preso, será conducido ante el sumo sacerdote y los ancianos del consejo, que buscarán, navegando entre la mentira y la maldad, la manera de ajusticiar a Dios y lavarse las manos ante el pueblo.
Será así, como la más injusta de las sentencias atravesará Motril, desde el Carmen hasta el Cerro, anunciando que Jesús, de patria Galilea, morirá crucificado porque esa es la costumbre entre los reos. María, primer sagrario del mundo, qué AMARGURA será ver el fruto de tus entrañas camino hacia el Calvario. Cargará con su propia cruz, porque así está escrito, por la Calle de las Monjas, y caerá de bruces, abatido por las heridas y los azotes, a las puertas de un sigiloso convento. Allí, donde la noche torna madrugada, mientras las monjitas entonan el más dulce de los salmos, Jesús buscará entre la multitud el CONSUELO que solamente le ofrece tu mirada. Gran Poder y MAYOR DOLOR, Madre e Hijo, el misterio de un amor que Dios mismo ha elegido.
El novato centurión, temeroso de que su víctima caiga antes de que llegue la hora, obligará a un tal Simón de Cirene, de profesión acarreador de cañas, a compartir con el Señor el peso de la cruz. Jesús, a quién el pueblo llamará Cristo Nazareno, en un arrebato de esperanza, recorrerá Motril para caer nuevamente a los pies del cerro, un poco más allá del colegio donde será alumno y también maestro. Quizás sea porque, antes de partir, quiera visitar por última vez el lugar de su infancia, recordando cuando dormía plácidamente en tus brazos, escuchando nanas marineras mientras lo embriagaba el olor de los nardos.
Llegará Jesús, y el apenado cortejo, hasta el lugar señalado de la calavera, donde será crucificado junto a dos ladrones, uno a la derecha y otro a su izquierda. Temblará la tierra y en Motril se romperá el cielo, a las tres en punto de la tarde, cuando Cristo, al sentirse abandonado, quiebre su silencio para dejar su espíritu en las manos del Padre. Dicho esto, el Señor expirará entre los muros de la más insigne colegiata; y allí donde un día fue el dulce chiquillo que jugaba entre palmas, encontrará la Buena Muerte mientras repican con tristeza las campanas. El tañido llegará hasta San Agustín, donde los estudiantes, en un derroche de cariño, llevarán a mano alzada el cuerpo de tu hijo, para contarle a Motril que han perdido a su Maestro más querido.
El pueblo, sumido en un VALLE de lágrimas y lamentos, reclamará ante la autoridad el cuerpo yacente del Dios verdadero. Nicodemo y José, el hombre rico natural de Arimatea, descenderán a Jesús del madero, mientras el barrio de Capuchinos lo toma entre sus brazos, y envuelto en una sábana, lo posará, Señora, en la SOLEDAD de tu regazo. Motril, con el corazón totalmente desgarrado, se afanará por encontrar un sepulcro nuevo para depositar el cadáver de su vecino predilecto. Allá, junto a la Torre de la Vela, donde un día estallará el polvorín, el Señor descansará en una urna forjada por aquellos que tanto lo querían.
Y al tercer día Jesús saldrá RESUCITADO del sepulcro y pisará de nuevo este pueblo, porque cuando Dios le tendió la mano para sacarlo de los infiernos, y lo llevó a las puertas del mismo cielo, le preguntó dónde quería vivir; y Él, inundado por el recuerdo de la caña y el incienso, se puso la mano en el pecho y solamente acertó a decir: Padre, si de verdad me quieres, devuélveme a Motril.
Motril, el calor del alma
Señor Consiliario, D. Alberto Sedano, mi saludo cordial y, especialmente, festivo porque hoy echo la vista atrás y recuerdo con júbilo cuando nos cruzábamos, hace años, en la Novena de la Virgen de la Cabeza. Hoy, cada uno a nuestra manera, seguimos escuchando la voz del Padre y tomando ejemplo de su bendita Madre, y esto, en los tiempos que corren para la juventud cristiana, me parece un motivo de justificada alegría.
Excelentísima alcaldesa, Dña. Luisa García Chamorro, y miembros de la corporación municipal, gracias por vuestra presencia y, especialmente, por el apoyo a nuestras tradiciones. La historia de nuestra tierra se escribe con el esfuerzo de muchos, y es necesario el respaldo político para que nuestras cofradías y nuestra Semana Santa continúen creciendo. Estimado Presidente y Junta de Gobierno de la Agrupación de Hermandades y Cofradías de Motril, Hermanos Mayores y Juntas de Gobierno de las Hermandades de Penitencia y Gloria de nuestra ciudad, familia, hermanos y amigos, a todos la paz y el amor del Señor que nos reúne aquí esta mañana.
Motril, cuánto he deseado que tuviéramos este encuentro, te debo tanto que seguramente te debo todo lo que soy. Aquella mañana de domingo, hace ahora 31 años, tenía tantas de conocerte y vine al mundo tan rápido, que cuando el personal sanitario anunció mi nacimiento, mi padre le replicó que se habían equivocado, que yo debía ser la hija de otro hombre que llevaba más rato allí esperando.
Os reconozco que mi progenitor siempre ha sido un hombre bueno. De él he aprendido el amor por lo demás, sin esperar nada a cambio, y de ella, mi madre, la valentía que tiene nuestra raza. Os digo con todo el orgullo que me cabe en el pecho que soy tadea y marinera, que los míos echaron raíces en esta tierra y yo solamente espero, como dijo otro joven pregonero, ser digna astilla de tan noble madera. Eres, Motril, la tierra de mis padres y también la que un día conquistó el corazón de mis abuelos. Ellos me enseñaron a quererte, con tus dificultades y tus gracias, porque me dijeron que así se construye el amor cuando es absolutamente verdadero.
He crecido en tus plazas y en tus calles, recorriendo tu historia y apreciando la vida en cada uno de tus detalles. Todavía recuerdo cuando me sentaba con mis primas en el tranco de la calle de las Monjas, en la casa familiar, a comernos el bocadillo y adivinar de qué color sería el próximo coche que viéramos pasar. En aquel escalón, donde el tiempo parecía de nuestro lado y nos entretenía lo más puro y sencillo, entendí que mi futuro estaría por siempre ligado a ti.
¿Y qué decir de tu gente? A lo largo de los años, me has regalado amigos a los que más bien puedo llamar hermanos. Has sido tan benévolo conmigo, que cuando tenía solamente 14 años cruzaste en mi camino a una de las personas más importantes de mi vida. Si algo nos ha unido ha sido todo lo que tú, Motril, nos has ido regalando cada día.
En ese aprendizaje, de caminar para ir creciendo, como dice la canción, también he tropezado; pero tú siempre me has dado motivos para levantarme de nuevo. A cambio, aunque nunca podré compensar todo lo que me has entregado, y me sigues entregando cada día, he procurado llevar tu nombre a todos los rincones y lugares que he visitado a lo largo de mi vida. Motril, tierra de la caña, por muy lejos que puedan llevarme las circunstancias, tú siempre serás el verdadero hogar que calienta mi alma.
Gracias siempre a mi familia, pues todo que soy lleva vuestro sello. A mis padres y a mi hermano, por ser el motivo de mi aliento. A Juanjo, mi compañero, por regalarme su pasado, su presente y su futuro, para construir una vida juntos. A mi cuñado y a mis suegros, porque en los últimos años hemos instaurado familia, pero también caminamos juntos en signo cofradía.
Eternamente agradecida a mis padres adoptivos, porque vuestro cariño ha sido siempre ilimitado y gratuito. A mis amigos, esa gran familia cofrade, jóvenes dispuestos y comprometidos a luchar por y para sus hermandades, con el único propósito de legar más de lo que hemos recibido. Gracias a los que han estado siempre, porque de la mano aprendimos que quien canta, reza dos veces. Gracias, también, a quién, sin esperar nada a cambio, me mantiene abrazada a la esperanza.
Gracias a mi presentadora, Dña. Macarena López Gómez, por estar hoy y siempre a mi lado, aceptando cada favor que te he pedido a lo largo de nuestra historia. Sabes que me siento tremendamente afortunada por contarte entre los míos, y por eso te elegí y te sigo eligiendo en los momentos importantes de mi vida. Gracias por todo y por tanto, por abrirme la puerta de tu casa, por ser en mi boda testigo, por creer sin importar las circunstancias, por cuidar con tanto cariño la cola del vestido, por compartir la Esperanza, aunque tú las busques en la Resolana y yo la sueñe en el Postigo, por colarme en tu particular legión carmelita y hoy, especialmente, gracias por olvidar tus miedos y afrontar la tarea de presentarme, porque escribir tu nombre junto al mío es ya un recuerdo imborrable.
Gracias, de pleno corazón, a las personas que tuvieron a bien regalarme este momento, encargándome la noble tarea de anunciar la Semana Santa de la tierra que yo más quiero. Gracias, por tanto, a Manolo Terrón y a todos los que lo acompañáis en esta aventura, no solamente por el nombramiento sino también porque fue valiente aceptar el reto que su día os propusieron. Espero que la Medalla de Oro de la Ciudad, que hace unas semanas el pleno concedía a la Agrupación de Hermandades y Cofradías, os sirva como aliento para seguir trabajando de manera altruista y sincera por el bien de la Semana Santa de Motril.
De igual forma, o al menos yo lo creo así, todos debemos sentirnos parte de este reconocimiento, porque son muchas las personas las que con su labor anónima y desinteresada engrandecen el patrimonio de nuestras corporaciones y, por ende, de nuestra ciudad y su Semana Santa. Esta pregonera quisiera pediros un aplauso para todos aquellos que nos miran desde el cielo, porque trabajaron duramente por Motril, nos mostraron el camino que debíamos seguir y si tenemos esta medalla es en gran parte gracias a ellos.
La alianza como hermandad
Cuaresma, y en el corazón cofrade brota una adelantada primavera. Motril, tierra por siempre mariana, se toma el pulso y reconoce que su latido suena a compás y a espera, y tal como si fueran las cuentas de un rosario, que mi abuelo siempre tenía entre las manos, vamos desgranando con mesurada alegría los días que aún restan en el calendario.
El miércoles todo volvió a comenzar de nuevo, por delante cuarenta días de plegaria y oración, como aquellos que nuestro Señor pasó librando tentaciones en el desierto. Y como señal inequívoca, la imposición de una ceniza llamada a remover la vida y la consciencia. No olvidemos que este es tiempo de reflexión, de reconocer que somos pecadores, que tropezamos y erramos, y aunque sea sin querer, faltamos a Dios y a los hermanos.
También es el momento de reencontrarnos, bien con aquellos que se han marchado fuera o con nuestros propios amigos, a los que durante el año no podemos disfrutar tanto a causa de las rutinas y los ritmos que cada uno llevamos en nuestras vidas.
Estas semanas, aunque de eso poco se suele hablar, también crecen los vínculos entre las distintas cofradías. A la vista del pueblo quedan los encuentros que se producen en los actos y eventos que llenan la Cuaresma, pero quizás Motril no ha visto todas las ocasiones donde las hermandades se piden consejo, se prestan parihuelas o sencillamente se muestran tanto aprecio que acaban siendo hermanas.
Y así es como llega a mi mente la alianza que hace más de veinticinco años sellaron, en un acto que sin duda deberíamos repetir, aquellos hermanos que entendieron que no hay mejor unión que la que brota de una amistad sincera. Una mañana de domingo del año 1.992, Juan Manuel Jiménez y nuestro añorado Cecilio Arcas, cuánto te debe Motril, firmaron a pluma y fundieron en un abrazo, un pacto que espero permanezca inalterable en el tiempo. Dos hermandades tan distintas, la noche y el día, el júbilo y la penitencia, el Triunfo del Señor y el encuentro con María, la algarabía de un colegio y la clausura de un convento, las dominicas y las nazarenas, la algazara del palio y la solemnidad del misterio, la palmas y las cadenas. Son la muestra de que el amor, si de verdad queremos, también nace y crece entre diferencias.
Os pido que seamos constantes en el esfuerzo de mantener vivo este acuerdo, especialmente en memoria de los que ya no están y en su día nos precedieron, porque me duele el alma con solo imaginar un Domingo de Ramos sin los capirotes negros y sus hábitos morados, de la misma manera que la madrugá no sería plena sin la presencia de nuestros queridos borriquitos hermanados.
Tomemos esta alianza a modo de ejemplo y tendamos puentes entre las distintas cofradías, que no falte la ayuda desinteresada y el gozo sincero por el progreso de los demás, que prestemos lo que tenemos y cuando nos haga falta nos dejemos aconsejar, porque cuando San Pedro nos espere a las puertas del cielo, solamente nos preguntará cuánto hemos amado a los demás, y en nuestras manos está que podamos replicarle que Motril, nuestra ciudad, vive unida y en paz, porque toda ella es una auténtica hermandad.
El Dios de los niños
Trae la brisa aromas nuevos recién llegados a puerto que nos devuelven recuerdos de nuestro pasado más dulce y más añejo, se acelera la vida de este tranquilo pueblo, que se viste de paciencia, para esperar la llegada de un Señor triunfal, herido y muerto, bajo la atenta mirada de su Madre, que aquí vive coronando un cerro.
Abrid hermanos las puertas del alma, que la espera de todo un año está a punto de acabar. En unas semanas, en la tierra volverá a ser primavera, cuando el Dios de la vida, el reconocido motrileño de raíces dominicas, entre victorioso por las calles y las plazas de esta villa.
A las 5 de la tarde, cuando se abra la puerta de nuestra Semana Santa, la ciudad se llenará de alegría, cánticos y ramas de olivo, entre una multitud hebreos y de hábitos azules y blancos, que vienen a anunciar que Motril es la nueva Jerusalén porque así Dios lo que querido. En ese instante, todos los que creemos nos desabrocharemos el corazón para cedérselo al Mesías, a modo de manto que cubre el suelo, para que el Señor entre en este pueblo como el Rey que anunciaban las profecías.
Entonces, Motril volverá a ser el jardín de la tierna infancia, cuando docenas de chiquillos, algunos irán en brazos porque todavía no andan, conquisten nuestra ciudad, con el alboroto propio de la edad mientras portan olivos y palmas, para explicarle al mundo que Dios ha puesto en ellos el futuro y también nuestra esperanza.
Dejad que los niños se acerquen siempre al Señor, el que tiene la mirada del color de la melaza, porque Él trae las manos llenas de amor y afecto, para que los pequeños puedan crecer poniendo en Dios la confianza. Dejad que los infantes le hablen de tú a tú a Jesús, cada uno a su manera, y que cuando no recuerden bien su advocación lo llamen el Señor del Burro o el Cristo de la Palmera, porque os aseguro que el Todopoderoso estalla en júbilo cuando los tiene cerca. Dejad que los más pequeños encuentren su espacio, al cobijo de San Pedro, porque aunque tienen mucho que aprender, es más lo que pueden enseñar.
Los que ya tenemos canas deberíamos dejarnos arrastrar por los corazones inofensivos, limpios y sin heridas, porque ellos son el verdadero triunfo de este día. Si Dios eligió un colegio para que creciera su hijo, al amparo de monjas y maestros, fue para que entendiéramos que los niños traen un espíritu limpio de maldad, pero necesitan tiempo y cariño para escribir dulcemente la historia de sus vidas.
Dejad que los niños se acerquen también a María, porque Ella, al igual que hizo con Santo Domingo en aquella capilla francesa, nos enseñará a rezar y entregarnos al Altísimo. Dejad que los chiquillos se dejen llevar por el soniquete de la Virgen del Rosario, porque el tintineo de sus bambalinas es música para el alma de los cristianos.
El Domingo de Ramos quedará resuelto cuando el paso de misterio arríe al final de la Carrera, y lo que cuenta la pregonera tendrá de verdad sentido. Allí estaremos, con los ojos y los oídos bien abiertos, los que hemos comprendido que el mensaje de Dios está en los más pequeños. Entonces sonará de nuevo el martillo, y todo lo que parecía igual tendrá un sabor distinto, cuando la voz del pequeño capataz, que de su padre ha aprendido el oficio, llame a los costaleros y les diga que esta es la faena de la tarde, y los que esperamos tendremos que secarnos las lágrimas ante la grandeza y la inocencia de su mensaje: “Poty, amigo, quiero una levantá valiente, con los cuatros zancos en el suelo, que nadie se adelante, porque esta causa merece todo el esfuerzo, que por todos los niños del mundo, los que son y los que fueron, nos vamos con Dios al mismo cielo”.
Victoria fue conocerte
Es difícil elegir un punto de la Pasión que no nos conmueva, pero yo reconozco que el pasaje de Jesús Orante a mí siempre me ha pellizcado el corazón.
Si existe un momento donde podemos sentir al Creador cerca fue cuando Jesucristo hincó la rodilla en nuestra tierra, para pedirle misericordia a su padre en un momento de flaqueza. El Mesías, aquel que podía edificar el templo en tres días, demostró en ese instante que en su vida también había una grieta por donde se colaba el dolor y la duda.
Desde que comprendí esto, yo siento al Señor de la Humildad como el patrón de los extraviados que navegan en la incertidumbre. Desde este atril os pido, por favor, que nadie se esconda ni se avergüence por encontrarse perdido, porque si Jesús pudo mostrar un momento de debilidad nosotros también podemos hacerlo. Y os digo esto porque son muchos los que sufren en soledad y en silencio por sentirse desorientados en el trajín de una sociedad cada día más egoísta.
El Señor, cuando estuvo perdido, se entregó a la oración buscando una salida. Deberíamos tomar ejemplo, porque aunque a veces podamos pensar lo contrario, Dios siempre nos escucha y nos ofrece un salvavidas donde agarrarnos. Por eso, el Padre, absolutamente conmovido por el temor de su hijo en Getsemaní, quiso ponerle a su abandono remedio; y removió la tierra con el cielo en busca de la mejor compañía, fue entonces cuando Motril conoció la Victoria de María.
Ella es el triunfo del amor verdadero,
la ilusión de la infancia,
la calma en el tormento,
el amuleto de la suerte,
y el faro del puerto.
Es la sonrisa amable,
la rosa y la orquídea,
la entrega desinteresada,
la confianza plena
y la mejor amiga.
Con ella ni Jesús ni Motril, ni sus hermanos, ni su vestidor ni esta pregonera, pueden sentirse nunca más extraviados, porque conocerte fue Victoria un abrazo de esperanza que me dejó una fortuna desmedida y me reconcilió con Dios y con la vida.
El compromiso del Perdón
En el año 2015 La Chicotá, que en ese momento comandaba mi querida María Romero, me propuso presentar el primer cartel que la asociación había preparado para la Semana Santa de la ciudad. Aprovecho esta ocasión para reconocer que ellos, al menos en mi opinión, fueron un impulso para Motril. Nos enseñaron que debemos abrir el corazón ante esos jóvenes que son pura primavera, porque están dispuestos a mirar los tesoros de nuestra tierra, y de la propia vida, con la pureza que todos tenemos cuando la edad es corta y valoramos la ilusión que la experiencia.
El cartel del que os hablo era una fotografía de Jesús Preso, que mostraba todo el poderío que tiene el Señor bajo la atenta mirada de la luna. Aún recuerdo la emoción que sentí con la propuesta y la alegría al escribir aquellas letras, los nervios en la puerta y, especialmente, la sonrisa que brotó en mi rostro cuando tomé el atril y me puse a hablar de mi Cristo del Perdón.
Habéis oído bien, la pregonera ha dicho mío; y me refiero a Él usando un posesivo porque el Martes Santo fue mi primer cortejo, mi primer hábito y, dicho sea de paso, también mi primer amor. Poco después, porque los caminos de Dios son inescrutables, me sentí atrapada por todo lo que encontré en el Señor del Gran Poder. Sin embargo, ni el tiempo ni la distancia me han alejado del Preso del Carmen. De hecho, ahora también quiero a su Madre y cada día encuentro más razones para permanecer juntos a Ellos; porque si al Gran Poder aprendí a mirarlo directamente, al Perdón yo siempre lo he encontrado en los ojos de mi gente más cercana.
Uno de los días que más Perdón he encontrado fue hace cuatros años, cuando me hallaba al final de la rampa esperando la salida de la cofradía. Mi cometido era bien sencillo, encender las velas de los penitentes al bajar para que iluminasen como es debido el caminar de nuestro cautivo. A mi lado estaba José, el padre de familia a quién siguen llorando aquellos que tanto lo querían. Me miró fijamente, con tanta emoción como sorpresa, para decirme que Eli, su hija, había aparecido esa misma tarde en casa con compañía. Os confirmo que ella misma me había confesado este hecho unos minutos antes, y yo que seguía con el corazón alborotado por la noticia, solamente acerté a decirle: “a la gente buena, tarde o temprano, le pasan cosas buenas. Se lo merecía”. Él comprobó que mi alegría era sincera y en ese instante nos dimos un tímido abrazo para cerrar la conversación. Eli también me había pedido que, durante la noche, estuviera pendiente de sus padres y de Rafa. Yo, intentando cumplir mi palabra, me acerqué a ellos en la puerta de las Nazarenas. Tarde tres segundos en salir de allí corriendo porque os juro que los tres estaban tan felices que no necesitaban nada más en ese momento. Después me aproximé a Eli y le dije: “te puedes quedar tranquila porque tu acompañante ya se ha metido a tus padres en el bolsillo”. Todavía me emociona aquello porque yo creo que no cabe más PERDÓN y MISERICORDIA en un recuerdo.
Y así, cada martes santo, yo me dejo llevar por el reguero de sentimientos que brotan al paso de la hermandad, porque creedme amigos cuando os digo que siento propio lo que no es mío, y eso ocurre porque vosotros me habéis dado permiso y también motivos.
Yo siento al Perdón desde antes de que se abra la puerta, cuando veo el nerviosismo de su Hermano Mayor porque todo salga bien, la calma tensa del capataz custodiando el paso e incluso la preocupación del que va a leer la sentencia, como si aquella condena hubiera salido de sus manos.
En esos instantes previos se suceden un sinfín de detalles, pero a mí siempre se me van los ojos hacia ellos. Es difícil explicaros esta estampa haciendo uso, únicamente, del don de la palabra. Son como un escuadrón dentro de la legión que cada mMartes Santo se pone en la calle, formando en el cortejo o admirando la belleza desde un balcón, abriendo las puertas al Señor o escoltando, porque las promesas están para cumplirse, a la mismísima Madre de Dios. Abuelos, hijos y nietos, tres generaciones bajo una misma creencia. Pepe, tú también puedes estar tranquilo, porque la semilla que con tanto esmero cuidaste es hoy árbol generoso que asegura eterna herencia.
También siento el Perdón en Julia, la más benjamina del grupo, y en la dulzura y la alegría de los niños que forman, gracias a sus maestras, una perfecta escolanía. Deberíamos aprender tanto de ellos, de los más pequeños, porque cuando perdonan lo hacen a corazón pleno, como si la vida volviera a comenzar de nuevo.
Mi anhelo sigue vivo cuando Emilio toca con decisión el martillo, y entonces yo también noto el Perdón en sus manos, en las palabras de los que mandan, en la voz del cantaor y en esas treinta almas que, por una noche, son los pies del Señor.
Y si hay Perdón en alguna parte es en los benditos ojos de su Madre, que incluso perdonó a los que le arrebataron lo que más quería. Os juro que no sé cuándo ocurrió, pero hoy me confieso fiel seguidora de la Misericordia de María.
Me ha conquistado su dogma, y ahora, cada Martes Santo, yo solamente quiero que se pare el tiempo y quedarme eternamente bajo su palio, porque no, yo no conozco sitio más confortable que el que ofrece Madre tu regazo.
Y yo me afano por estar cerca del paso, queriendo entender todo el misterio que me cuentan Señora tus respiraderos, sintiendo la casta y el coraje de los hermanos costaleros. Aunque no lo diga, bien sabe Dios que lo siento, que orgullo es que mi marido sea uno de ellos.
A veces me gustaría parar el cortejo, y tener el valor de alzar la voz para expresarte la retahíla de sentimientos que te susurro a escondidas cada martes. Hoy, porque quiero que el mundo sepa lo que siento, me atrevo con tu salve.
Dios te Salve María
Capitana de la legión carmelita,
Sierva fiel del Altísimo y
Madre de la Misericordia infinita.
Dios te salve señora,
Discípula adelantada y dolorida,
Emperatriz de las Cañas y
Sagrario del amor hecho vida.
Dios te Salve pastora,
Flor inmaculada,
Abogada y maestra.
A ti clama Motril
En la noche del martes santo,
Con la certeza de que el porvenir
Solamente lo quiere a tu lado.
Dios me salve a mí,
protegiéndome bajo tu manto,
Salve a mi familia,
Que son lo que más quiero.
Salve a mi presentadora,
Y a las que perfuman tu paso.
Salve para el vestidor,
que pone tanto primor en su tarea.
Salve para las mantillas y las costureras,
Que nunca falten manos dispuestas para el trabajo.
Salve al capataz,
porque mientras él tenga corazón
Tú tendrás Señora un guía.
Y Salve a mis hermanos,
los que ensayan durante el año
para mecer tu palio en perfecta melodía.
Dios me salve a mí,
Y a todos los que creen,
Que a Jesús se llega por María,
Y al Perdón por la Misericordia.
Que si Motril vive preso de vuestro amor,
y le pidió compromiso a tu hijo el día que lo conoció,
es porque antes se enamoró de ti.
Yo solo te imploro Madre,
que cuando llegue el momento,
seas el refugio de mi descanso
y la paz de mi tormento.
Que me tomes en los brazos,
como las madres toman a sus pequeños,
para compartir la eternidad
bajo el palio de nuestros sueños.
Salud de los enfermos
Lo conocí en la infancia y pronto aprendí a pronunciar su nombre, aunque me ha costado años entender todo lo que Él significa. Yo era una chiquilla inocente y con toda mi historia pendiente de escribir cuando ella me llevaba de visita a la plaza. El itinerario era bien sencillo: desayunar churros, rezar en los Agustinos y comprar en el mercado. Y así, con esa rutina tan motrileña, María la Tadea, mi abuela, se encargó de que yo conociera en primera persona al Señor de la Salud.
Las primeras veces recuerdo que pasaba con cierta ligereza por delante de aquel crucificado, y tras serpentear un poco entre los bancos acaba atrapada por el enigma de Jesús de la Oración en el Huerto. Realmente yo era tan curiosa que me entregaba al Cristo que me ofrecía un pasaje más desconocido, pues la figura del Señor en la cruz estaba para mí presente en otras iglesias, en las canciones e incluso en los libros. Recuerdo que mi abuela me observaba a lo lejos, no sé si para asegurarse de que todo estaba bien o porque de reojo veía los pequeños saltos que yo insistía en dar con el propósito de tener una mejor perspectiva visual de la mirada del Señor. Es cierto que Él estaba de rodillas, pero a mí me costaba muchísimo identificar como era el rostro del Señor por encima de su barbilla.
Estoy segura de que mi abuela, aunque yo me posicionara abiertamente a favor del hijo de la Victoria, estaba tranquila, porque sabía que tarde o temprano llegaría el momento, y entonces yo también acabaría rezando ante el Señor de la Salud. Como os podéis imaginar, ella tenía toda la razón.
Cuando yo tenía 14 años a mi abuela le detectaron un cáncer, y fue entonces cuando entré sola en San Agustín para ponerme de rodillas ante el Señor que ella misma me había presentado. Os prometo que me entregué en cuerpo y alma para pedirle a Dios que la sanara, porque yo no estaba preparada para sufrir la primera pérdida importante de mi vida. Así fue, al sentir que ella partía, como comprendí todo lo que significa tener Salud.
Y al igual que yo lo han entendido muchísimos motrileños, porque si algo es indudable, es la devoción que Motril tenía, tiene y tendrá siempre al Señor de la Salud. Desde hace décadas su casa es un trajín, un ir y venir constante de todos los que pedimos salud, no solo para nosotros sino especialmente para los nuestros. Es tal el empeño con el Señor, que sus pies son sinónimo de desgaste, quizás, porque nos hace tanta falta que quisiéramos llevarnos la salud impregnada en nuestras manos.
Mi abuela murió unas semanas después, y entonces comprendí, esta vez de golpe, que donde termina la Salud empieza a brillar el Consuelo. En ese momento reparé en la presencia de la Madre, que está siempre junto Él, discreta y sencilla, sin alardes, esperando pacientemente que los devotos nos aferremos a su planta. Creo que esto es algo que le ocurre habitualmente a Motril, será porque cuando nos apresuramos para llenarnos de Salud, vamos tan deprisa que no apreciamos lo que nos ofrece el Consuelo.
Supongo que esta lección llegó porque fui capaz de mirar con los ojos de la FE, en un momento tan delicado, agradeciendo todo lo que había vivido junto a mi abuela. Es cierto que se necesita tiempo, a veces mucho, para controlar la herida que nos deja la pérdida de un ser querido; pero nunca deberíamos pensar que esto ocurre porque Dios nos ha abandonado. En esa duda, por mínima que sea, es cuando debemos dirigir la mirada hacia la Madre mientras nos dejamos abrazar por su consuelo.
Y no quiero dejarte Padre sin pedirte Salud para todos aquellos que se encuentran ahora mismo luchando contra los avatares de la enfermedad. Son innumerables los peligros que nos acechan, pero yo hoy quiero airear mi dolor y pedirte con especial insistencia, Salud para todos aquellos que están batallando contra el cáncer.
Somos muchos los que tenemos una herida abierta por culpa de esta lacra, la mía tiene nombre propio: Menchu. Por ella, por todos los que cayeron y por los que están plantándole cara al miedo, te pido Señor que no nos falte nunca el regalo de la Salud ni el abrazo de tu Consuelo.
El maestro del pueblo
El Jueves Santo se hizo pleno cuando se instaló en Motril el Maestro. Vivió en pueblo cercano, donde enseñó el mensaje de Dios con su palabra, e incluso explicó con experiencias aquello que no puede encontrarse en los libros. Estoy segura de que allí todavía lo extrañan, porque fue todo un ejemplo.
Sin embargo, los que conocen y desarrollan esta profesión, la labor docente, sabéis bien de los que os hablo. Un maestro peregrina por la geografía hasta obtener su plaza, y puedes querer todos los lugares por donde pasas pero siempre deseas alcanzar uno al que puedas llamar mi casa.
Por eso, Jesús de la Pasión, a mí siempre me ha parecido Maestro en lo divino, pero también en lo terreno. Si tuviera que expresar qué siento cuando veo esta imagen me costaría mucho ordenar las palabras, porque a mis 31 años todavía me sorprende su talla, y se me encoge el cuerpo cuando veo la agonía del señor echando la rodilla al suelo.
¿Y qué decir de lo terreno? Las hermandades nacen y tienen sentido por las imágenes que veneran, que son las advocaciones en las que cada uno encuentra a Dios y a la Virgen. Sin embargo, todo esto tiene mucho trasfondo en los bajos donde las cofradías pasan los inviernos trabajando. Esta realidad se construye día a día, generación tras generación, gracias al tiempo y el esfuerzo de todos los que amamos a Dios, a la ciudad y, también, a nuestra Semana Santa.
Es habitual que fuera de los círculos cofrades nos llamen extraños, cristianos y cofrades incomprendidos por entregarnos a Jesús en el entorno de las hermandades. Respeto pido, a todo los que nos miran raro, porque ahora que pedimos respeto y comprensión a todo lo nuevo parece que debemos arrasar con lo que ha estado siempre.
La Hermandad de Jesús de Pasión y María Santísima de la Amargura son, al menos a mi juicio, un modelo de lo que os hablo, sinónimo perfecto de trabajo y esfuerzo. Su historia está llena de momentos delicados, de cambios sobrevenidos y de tiempos tan difíciles que solamente han quedado en pie los valientes.
Sus hermanos demuestran que el Señor podrá caerse una y mil veces, pero ellos estarán siempre para hacer frente a todas las adversidades que el camino les ofrezca. Perdonadme si me esperabais más poeta con vuestro Señor, pero hoy quería decirles a nuestros paisanos, porque creo que os merecéis este aplauso desde hace años, que sois vosotros, alumnos aplicados en el esfuerzo, el verdadero motivo para que a Motril se le llene el pecho de orgullo al llamar a Jesús de la Pasión, Maestro.
Un ancla de esperanza
Os confieso que cuando era pequeña, y empecé tener curiosidad por la Semana Santa, las imágenes cristíferas conseguían siempre ganarse mi atención. Me ocurría al verlos en los cortejos, donde me ofrecían un misterio que no llegaba a encontrar en los palios; pero también al encontrarme con ellos en la tranquilidad que reina en sus capillas.
Recomiendo, a todo el que esté dispuesto a escuchar, que vivamos con frecuencia esta experiencia, la de visitar a Dios en soledad, porque Él siempre ofrece salidas para el alma; y aunque realmente vive en el sagrario, no hacemos ningún daño en buscarlo en el rostro que cada uno amamos.
Yo le rezo en las Monjas, mi marido lo llama Rey, Laura lo quiere orando y Carolina, desde la misma cuna, lo ha venerado preso. Aguado lo encuentra en el Nazareno, David lo busca en el sepulcro, mi tío lo entiende en el silencio y Ángela, sin embargo, prefiere caer con su maestro en el Cerro. Adri y Prados lo adoran niño y también expirante, Juan Carlos le habla al Yacente, Escudero lo siente estudiante, mientras Vázquez lo ha visto en la Fe. Gracias a todos, porque aunque no os lo diga, me enseñáis a amar a Dios en cada una de sus advocaciones.
Sin embargo, con el paso de los años mi sentimiento ha ido cambiando, quizás porque cada día valoro más el papel de las madres, hasta confesarme notablemente mariana. Con frecuencia tengo que pedirle disculpas al hijo, como hiciera el recordado Rafa Serna sobre las tablas del Teatro Maestranza, porque a mí también se van los ojos directos a su madre, la Señora de la Esperanza. Será, porque tal como está la sociedad, cuando la veo solamente puedo pensar en lo mucho que ella nos hace falta. Y así, cada Jueves Santo, con el permiso que me concede el Nazareno, me voy dispuesta a encontrarla en cada rincón por donde pasa para entregarle mi particular petición:
Yo te pido Señora, cuando se abran las puertas de tu casa, y el pueblo se agolpe en el Camino de las Cañas, que seas como siempre una Madre benévola y entregada, que bendigas a Motril pero especialmente a los que más te necesitan, porque es insufrible la vida cuando se ha perdido la Esperanza.
Cuando revires en Puerta Graná, acuérdate de los que viven sin techo porque han perdido su hogar, de los que huyen de países en guerra, de lo que se juegan la vida cruzando el mar y, por supuesto, de aquellos que por no tener carecen hasta de nacionalidad.
En San Rafael te espero, para recordarte que tienes que visitar a los que están enfermos, a los que sufren en soledad en las camas de los hospitales, a los que peinan canas sin ninguna compañía, a los desamparados que duermen en portales y a los que yacen en tumbas totalmente desconocidas.
En Carrera Oficial te pediré señora por las víctimas, por cada mujer asesinada por quién se supone que la quería, por los niños que pierden a manos de sus progenitores la vida, por los que reciben palizas por amar a alguien de su mismo sexo y, sobre todo, por todos los que mueren porque algunos pretendan mezclar la religión con la guerra. Si algo he aprendido es que Dios, independientemente de su nombre, nunca pide sangre como señal de sacrificio.
Te buscaré en San Agustín para que acudas también al encuentro de los que están presos, porque un día se equivocaron escogiendo el camino que los apartaba de Ti. Lleva Señora tu aliento a los que se prestan servicio para que la Tierra pueda conciliar en paz el sueño y, también, a los que tienen una profesión donde los demás son más importantes que ellos mismos.
En Señor de Junes, cuando vengas de regreso, no te olvides Madre de los niños, de los huérfanos sin padres, de los que viven en un entorno sin cariño, de los que pasan hambre, de los bebés no queridos y, especialmente, de los jóvenes que se abandonan al pensar que su futuro ya está escrito.
Y cuando estés en el dintel de tu casa, como último esfuerzo, te ruego que tengas presente a todos los que te acompañan, a los promesas, a los vecinos, a los forasteros, a los penitentes, a los acólitos, a las cuadrillas, a las bandas, al capataz, al Hermano Mayor y, también, a quién se marchó y desde la gloria te canta, porque será en ese momento, cuando todos estemos cubiertos por tu manto de gracia, cuando mi voz se alce al cielo para decirte Madre…¡qué bonito es ser de la Esperanza!
Silencio en la VeraCruz
Y cuando se encierre la Esperanza, Motril será atacado por el daño. En la plaza de España el muñidor anunciará la expiración del Señor, y en el foro de la Libertad las trompetas nos dirán que Jesús ha sido vencido por la muerte.
Todo cuanto vemos, incluso lo que está escondido, quedará mermado por el fallecimiento de su hijo más querido. Será entonces el momento de demostrar que lo nuestro es amor verdadero, que el día que acunamos a Dios en nuestros brazos, lo hicimos prometiendo que estaríamos a su lado hasta que expirase su último aliento.
De luto se vestirá María Santísima del Valle, para esperar a los pies del madero, que acabe la tormentosa agonía que está arrebatándole a su hijo la vida. Motril se convertirá en el sacro santo escenario, solemne y barroco, donde Jesús entregará lo único que le queda.
Será entonces cuando el misterio del amor inunde cada rincón de nuestra tierra, en el momento en que Jesús tome aire por última vez para decirle a Juan que quiera a María como a una madre, y a ella que lo cuide como si fuera carne de su carne. Y desde ese instante la Virgen lo recibirá en su casa, y con él a todos los que hemos quedado deshechos porque hemos perdido un hijo, un hermano y un padre. El Señor expirará en la Verdadera Cruz señalando a su Madre, para que todos sepamos que María Santísima es el Valle donde resurgirá la luz cuando creamos que la Iglesia ha perdido al Salvador.
El pueblo enmudecerá, al son de un tambor silente, mientras la oscuridad recorre con agilidad nuestras calles hasta hacerse con la ciudad. Nos ceñiremos con esparto el negro hábito del silencio, para deambular durante unas horas entre las sombras que genera el desconcierto. En Motril resonarán las cadenas que anuncian que Jesús, el que un día fue preso, ha aceptado su buena muerte porque en ella está escrita la salvación de su pueblo.
No obstante, antes de partir, le confesará a su padre todo lo que siente por Motril.
“Padre, gracias por dejarme morir aquí, en este orbe tan cristiano, lugar apacible y dulce bañado por el Mediterráneo, escoltado, a buen recaudo, por montes legendarios que guardan en sagrado secreto el verdadero origen de este primitivo pueblo.
Gracias por no privarme del sueño de sucumbir en mi Motril, entre la caña y el incienso, y en los brazos de mis paisanos. Así todo el mundo sabrá que este es mi hogar en la tierra y que aquí vine para dejar mi legado.
Y ahora que ha llegado el momento, te entrego Padre mi espíritu con la tranquilidad de que cuando Longino me atraviese con la lanza, mientras mi cuerpo aún caliente cuelgue del leño, sabrá reconocer su error y decirle al mundo, que en verdad yo era el hijo de Dios, el misterio del amor y el silencio motrileño”.
Jesús, yacente y sacramentado
Jesús ha muerto y, sin embargo, en la Iglesia Mayor, que es el auténtico epicentro del dolor, yo lo siento más vivo que nunca, porque Dios está en todos los hermanos que se entregan al duelo cuando llega el Viernes Santo.
Quizás yo lo siento vivo porque viene implícito en la Hermandad del Santo Entierro. En Motril conocemos a esta corporación como “El Sepulcro”, pero su nombre completo es Hermandad del Santísimo Sacramento y Cofradía del Santo Sepulcro y Nuestra Señora de los Dolores.
Disculpad mi atrevimiento, pero el orden de los factores, en las cosas de Dios siempre tiene un motivo. El título de sacramental viene a recordarnos que si bien Jesús yace muerto en un sepulcro, vive siempre en el sagrario. Este mensaje debería resonar con fuerza en todos los cristianos, para que recordemos que nuestro primer fin es la adoración al Santísimo Sacramento.
Una vez que hayamos asumido este hecho, podemos salir a la calle y entender el auténtico catecismo que la cofradía del Sepulcro muestra en su cortejo. Dicho sea de paso, también podemos embriagarnos con la belleza de sus imágenes, porque las tallas de esta corporación son, en mi humilde opinión, de una calidad artística sobresaliente.
En este momento necesito decir algo que ya todos sabemos. Jesús en el Sepulcro es obra de Domingo Sánchez Mesa, a quién Granada, y especialmente Motril, le debe una gran parte de su imaginería religiosa. Quizás deberíamos reflexionar si hemos agradecido a este artista, adecuadamente, todo el patrimonio que dejó en nuestra ciudad, porque sin quererlo y también sin valorarlo nos hemos convertido en el mejor escenario de este reconocido imaginero.
De rezar también entiende los hermanos de Capuchinos, congregados en torno a un Señor yacente que representa el momento del traslado del cuerpo Jesús hacia el sepulcro. A este misterio deberíamos prestarle más atención, porque es también el momento donde la Virgen María, en el dolor más profundo que una madre puede sentir, encabeza el cortejo fúnebre para decirnos que ella es una guía para Iglesia en un momento tan delicado.
Mientras Motril llora aturdido, la Virgen de la Soledad nos enseña, que si bien ha perdido a su hijo, trae con ella la Cruz que representa el triunfo de Jesús sobre la muerte, de Dios sobre el pecado y la certeza de que el amor siempre acaba venciendo al odio. Esto lo entendieron hace años sus vecinos, que cada Sábado Santo nos enseña que la Soledad, jamás estará sola mientras viva en el corazón de Capuchinos.
Será entonces cuando una voz nos recuerde que no podemos buscar entre los muertos al que vive, porque Jesús resucita para que todos, incluso los que tiene el corazón hecho una piedra, podamos vivir en la alegría y en la paz del Evangelio, que bien explicó el Papa Francisco en su primera exhortación evangélica. El Sumo Pontífice nos dice, en palabras textuales, que“la Iglesia tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio”. Hermanos, no nos dejemos confundir, Dios nos quiere felices y dichosos, por eso se manifiesta en nuestra vida con múltiples rostros, para que cada uno nos dejemos evangelizar por el Dios de nuestra estampa.
El Gran Poder de Dios
Os pido perdón por todo lo que he podido dejarme en el tintero. Mi deseo siempre ha sido, desde el día que me nombraron pregonera, conseguir colarme en vuestros corazones con un mensaje de amor, fe y esperanza, mientras llenaba vuestro pecho con el orgullo que supone llamarnos motrileños.
Si Dios eligió este paraíso para que naciera su hijo, fue porque cree en nuestra ciudad y, especialmente en sus vecinos, incluso cuando nosotros mismos dejamos de hacerlo.
Ahora, como no podía ser de otra manera, y con la voz quebrada por el esfuerzo, tengo que entregarme a Él, al Señor que conquistó mi alma, cuando hace unos dieciocho años, Enrique, Jesús y Juan Manuel me tomaron de la mano para guiarme hasta su casa.
Han sido muchos los nombres que han salido en esta disertación, pero es que sin ellos, sin la suma de cada gota, esta pregonera no tendría ninguna historia importante que contar.
Como sabéis, porque yo misma os lo he revelado, me críe en la calle de las Monjas y fue allí, donde un tiempo más tarde, descubrí que Dios, el Señor de mi estampa, vive en paz entre los muros de un convento nazareno. Cuánta vida hay a veces encerrada en el silencio.
Regaladme, por favor, un último instante y dejad que me despida de la misma forma que, cuando llegue el momento, acabarán también mis días, rezándole al Señor que me mantiene con vida.
Padre Nuestro, Jesús del Gran Poder, que estás en el cielo y en la tierra, faro y guía de este pueblo trabajador y marinero, a quién cubres con tu misericordia y has nombrado, por divino decreto, hijo predilecto de tu gloria. Motril, que sin complejos te venera, se ciñe el corazón y el alma para ser contigo, y por siempre, señal de eterna gracia.
Santificado sea tu Nombre, que ilumina la clausura de un convento, y recoge las súplicas de ese barrio tan tuyo y tan añejo, que desde tiempo pretérito prometió amarte sin medida, pues no hay límites en un amor llamado a dar sentido a la vida. Rompe las cadenas, libéranos Padre de nuestro diario tormento, y haznos sembradores de tu paz, en un mundo tan falto de cordura y de sosiego.
Venga a Nosotros tu Reino, más sé piadoso Señor, limpia nuestras faltas y ofrécenos siempre consuelo, pues solamente así seremos dignos de tal merecimiento. Protege, con tu Gran Poder y bajo tu gloria, a los hermanos que un día partieron, dejando en su paso por la tierra imborrable recuerdo, para ocupar a tu lado, y junto al Padre, un balconcito divino y eterno allá en el cielo.
Hágase tu voluntad, que incluso en su Mayor Dolor fue respetada por tu Madre, siempre fiel y discípula adelantada, que su ejemplo nos ayude a escuchar con claridad tu voz, sin enturbiarla con nuestros actos y palabras, abriendo el alma al grandioso amor que proclamas, así sea pues, y por siempre, en la tierra y el cielo que tú mismo custodias y guardas.
Danos hoy nuestro pan de cada día, que tu alimento es necesario para mantenernos firmes y sanos, liderando este ejército cofrade y cristiano, que orgulloso de su patria se planta en la batalla, vistiendo traje de alta gala, hábito morado y capillo negro para esa corporación nazarena, que trae tu nombre por bandera, y a mí me tiene cautivada el alma.
Que tu rostro nos guíe para reconocer y tender la mano al hambriento, para rescatar al oprimido y sacar del pozo al que cayó en el lamento, pues no merece llamarse cristiano, quién mira a otro lado, y no acude presto a socorrer a su hermano.
Reparte siempre Salud y Esperanza, cuida de nuestros mayores y nuestros niños, reconforta al enfermo, al preso y al mendigo, y esparce Jesús, tu Gran Poder, más allá de nuestros límites y a través de los siglos.
Perdona nuestras ofensas, mejor de lo que nosotros perdonamos a los que nos ofenden, que siendo creados a tu imagen y semejanza estamos repletos de errores y faltas, perfecta imperfección que nos recuerda que es humana y terrena nuestra raza.
Perdonad, perdonad siempre hermanos, hasta setenta veces siete si fuera necesario, con actitud limpia y sincera, que solamente quién dispensa con honestidad las ofensas, encontrará la ansiada indulgencia en el día que Dios nos cite para rendir cuentas.
Quién amar al Padre desee, que ponga todo su empeño en amor al prójimo, que busque y sienta a Dios en la vida y en el rostro de aquel que en silencio se sienta a nuestro lado. Amad, amad siempre, sin condiciones y por encima de vuestras posibilidades, y sabed qué si queréis llegar a Dios, debéis primero amar al hermano.
No nos dejes caer en la tentación, que nos conduce al pecado, haznos fuertes como la piedra, sobre la que un día levantaste esta tu Iglesia, para salvarnos de la perfidia y el engaño de una serpiente que del mismo infierno emerge, cruel y sombría.
Y si llegara el momento, en el que la duda en mí se instalara, sepa yo Padre, aferrarme a la vida con Fe, encontrando el camino de la salvación en tu luz y en tu mirada.
Líbranos del mal, que nosotros mismos creamos, muéstrate propicio Señor, extiende tus benditas manos y acoge a estos hijos tuyos que hoy se entregan a tus brazos, toma también a esta humilde pregonera, que en tu Motril dio sus primeros pasos y presume orgullosa de ser de la calle que tú mismo legaste a las Monjas.
Guíame por el camino recto y verdadero, forja en mí auténtica mujer cristiana, pero dame Señor el privilegio de ser en tu obra instrumento, comparte conmigo tu cruz, tu calvario y tus lamentos; que yo me apretaré las abarcas y me ceñiré fuerte el pañuelo para seguirte donde vayas, esperando que el tiempo me regale, como caído del cielo, el título de fiel y amado Cirineo.
Te entrego Señor mi particular Padre Nuestro, mío y de tu pueblo, que hoy se arrodilla ante tus plantas para decirte que tú eres su astro y su lucero, su fortaleza y su alcazaba, su paz en el tormento, y su estrella cuando el miércoles torna madrugada. Venimos a declararte que este amor puro y nazareno ya no puede más vivir encerrado en el silencio, que se manifiesten las aguas y el celeste firmamento, que clamen los animales y las aves del cielo, que griten los jóvenes y hasta los más viejos, que todo el barrio te diga, con la mano en el pecho, que eres tú Jesús del Gran Poder, aquí, Soberano, Rey y Maestro.
HE DICHO.