El coronavirus desde Madrid

Creo que ni yo ni nadie pudo imaginar nunca que un bichito que, a priori no parece más que eso,...

Creo que ni yo ni nadie pudo imaginar nunca que un bichito que, a priori no parece más que eso, acabaría confinándonos a un planeta entero, y que además mataría de una forma tan selectiva, pareciendo eliminar a los más débiles.

Confiando en los avances y en la ciencia nunca pudimos prever que esto pudiera pasar y al final pasó; países enteros encerrados durante semanas no pudiendo tener contacto alguno unos con otros y donde hasta las fronteras se han cerrado después de décadas de libre circulación en Europa.

Yo, que soy motrileña, de nacimiento, convicción, creencia, amor y si te pones hasta por religión y que la vida sin embargo me ha traído a Madrid, me ha tocado estar en el peor foco de España.

Por responsabilidad no me fui a mi casa, que es donde me gustaría estar, pero precisamente por no saber si podía ser portadora o no, me quedé aquí y llevo ya 22 días, ya que cuando vi que esto se iba a poner más serio me confiné de forma voluntaria.

En estos días donde no necesitamos correr para llegar a ningún sitio, en los que podemos pararnos para cuidarnos, cuidar, educar, hablar, conocer, pensar, compartir, hacen que te ronden ideas por la cabeza.

En mi caso y sin ser dramática en cuanto a lo que está pasando aquí, todo recuerda a una “guerra”, sólo que en ésta, no hay balas ni siquiera armamento nuclear, ese que las grandes potencias han intentado controlar a toda costa.

El arma es un virus sin vacuna ni tratamiento y esto es más potente que ninguna otra, ya que lo hace de forma lenta y sembrando pánico.

Aquí, en Madrid, se respira un silencio ruidoso y contenido, lo poco que puedes salir que es a comprar o a la farmacia se hace de forma rápida, con muchas más distancia de la que recomiendan por el miedo a contagiarte, cosa que es totalmente normal, la prisa ya no es de estrés es por miedo tan natural y tan asociado a la condición humana.

En esta guerra, no ves como vemos en la tele a muertos en las calles por un ataque o por una bomba, pero aquí no muy lejos de mi casa, en el palacio del hielo un centro donde suelo ir a comprar, a tomar unas cañas y semanalmente al cine, ahora está el ejército llevando a los fallecidos por no poder ser enterrados en este momento. No los veo, pero están ahí.

Sin querer ser más dramática de lo que estrictamente necesario pienso en todas esas personas que no pueden enterrar a sus familiares o que los dejan en el hospital sin poder permanecer a su lado en estos momentos.

Mi amiga Linda dejaba a su marido en el hospital hace unos días y tuvo que irse a casa rápidamente sin saber si acabarían entubándolo en la UCI. Es una carga emocional añadida al no poder afrontar esto con el amor y el cariño que harías cuando un ser querido está enfermo, la segunda parte de todo vendrá a nivel psicológico.

Cuando sigo pensando en todo esto y como he leído en tantos sitios, haya sido mano humana o no el culpable de este virus hecho ya pandemia, lo cierto es que después de asfixiar y exprimir tanto a nuestra madre tierra parece que cuando hemos parado, este Covid-19 que nos está matando a las personas a la tierra le está dando salud para que sane y respire, ¡qué guantá sin mano!

Lo que si estoy totalmente segura es que de esto saldremos, no con poco esfuerzo por parte de todos, pero saldremos y nos va a cambiar.

Cuando podamos por fin salir, apreciaremos el abrazo, el beso, el café en la terraza de las palmeras y saludar al que pasa. Las eternas cañas con la tapa y esa manera de decir al camarero que te vas: “la última que me voy”. Visitar más a esos familiares que nunca tienes tiempo y que ahora has visto la importancia de tenerlos presentes, ver a los amigos, amar más que odiar y tener rencor. Hay que admirar a todo aquel que lo merece, pero un futbolista o los concursantes de supervivientes -que parecen ser el modelo a seguir sobre todo por la juventud- no son más admirables que un médico o alguien que está limpiando en la calle. Cada uno aporta algo a este mundo. Nunca sabemos la importancia que podemos jugar en una determinada circunstancia. Todos somos necesarios y todos formamos parte de este engranaje llamado vida.

Espero sinceramente que en este confinamiento hayamos aprendido algo, que salgamos con una mentalidad, sino nueva, al menos cambiada con respecto a lo que nos rodea y que la actitud para afrontar las cosas sea otra.

Que acabemos amando hasta a esa odiosa rutina de la que siempre nos quejamos y que ahora vemos como una bendición, que hasta ir al supermercado parezca un regalo, que el dinero no entiende de clases ya que no protege al rico cuando hablamos de estas cosas, que a la familia y a los amigos hay que cuidarlos, quererlos y cultivarlos día a día porque estoy segura que hemos hablado en estos días con ellos más que la suma de lo que va de año y todo por preocupación de saber cómo están y por poner una nota de humor de cómo lo están llevando y por esos planes que haremos cuando esto pase, que ser amable y devolver una sonrisa no cuesta nada y que hay que volver a revisar la lista de las prioridades y poner arriba del todo la de VIVIR con letras mayúsculas.

Volver a confiar en la raza humana, como seres solidarios y con bondad. Debemos confiar en que todos saldremos no dejando en esta contienda a ningún ser querido.

Todos saldremos y saldremos más fuertes. Aunque todos tampoco. La clase política, y no voy a poner colores de un lado ni de otro, está por ver como saldrá. Ahora no es el momento, pero hablaremos cuando toque.

ELA ELA