La bata del Señor Barragán

Mi primer escenario fue la mesa del salón de casa de mis abuelos. Allí, cuando yo tendría unos cuatro o...

Mi primer escenario fue la mesa del salón de casa de mis abuelos. Allí, cuando yo tendría unos cuatro o cinco años, me ponía la bata marrón, me despeinaba y me subía a la mesa a hacer una más que cuestionable imitación del Señor Barragán (soy de finales de los ochenta y los años no pasan en balde para nadie). Contaba chistes que no estoy seguro de que entendiera del todo, pero mis abuelos se reían y eso estaba por encima de cualquier otra cosa.

Son mis primeros recuerdos en familia. Como escribió Lorca en su Soneto de la guirnalda de rosas: entre lo que me quieres y te quiero… Precisamente eso pasaba en casa: entre lo que yo quería a mis abuelos y lo que ellos me querían a mí, hubo una retroalimentación -fomentada también por el pasado teatrero de mi abuelo- que me hizo sentir aquella necesidad de tener unas tablas bajo mis pies donde podía jugar a ser quien me diera la gana. Y seguí jugando durante el resto de mi vida.

Llegué al colegio motrileño de San Antonio, en una época de grandes maestros. Doña Antonia, aquella maestra que me castigaba por estar todo el rato hablando pero que después se enfadaba todavía más porque acababa hablando conmigo aún sin quererlo mientras estaba castigado, sigue siendo de las que se paran a hablar conmigo cuando nos encontramos y siempre me recuerda que ya entonces apuntaba maneras. Porque, ya que yo no me callaba ni debajo del agua, pues al menos podría sacarle un rendimiento a aquella habilidad-tortura. Que me sentase a su lado para que me callase y que al medio minuto estuviéramos enfrascados en una conversación sobre cualquier cosa me hizo aprender la lección que hoy quiero compartir: no te calles. En esta época convulsa donde el odio, la violencia machista, las palizas a personas lgbt+ y el desprecio a migrantes campan a sus anchas, no podemos quedarnos callados. Y si no lo hice estando castigado, no lo voy a hacer cuando una panda de descerebrados se dedica a echar gasolina a las calles para que después ardan mientras miran para otro lado o hacen alarde de un cinismo que tira para atrás. Decía Gloria Fuertes que asusta querer mucho y que te quieran. Pero no nos puede asustar querer a quien nos dé la gana. No podemos convertir las calles en un escenario más, donde actuamos, donde vivimos otra vida que no es la nuestra. De aquí se extrae la contraparte de esta misma lección: cállate. Si lo que tienes que decir es una muestra de desprecio hacia las personas, es un vómito visceral con el que separar a unas de otras, es una verborrea que no se sustenta y que destila cualquier tipo de fobia hacia las personas: cállate. Y volvemos a lo mismo: para esta gente no puede haber un escenario y no se lo podemos dar. Porque no, todas las opiniones no valen lo mismo ni tienen que ser respetadas.

¿Y qué tiene que ver todo esto con la bata del Señor Barragán? Pues es muy sencillo. En el colegio seguí subido al escenario del salón de actos. Y allí bailé -a pesar de que siempre he sido arrítmico- , actué y hasta canté. Más tarde, en el instituto, ocurrió igual. En esa época entré en dos compañías de teatro y hasta hice una obra en inglés de la que nació mi profundo amor hacia Oscar Wilde (gracias a Victoria que confió en que aquel sufrimiento que era organizar a un grupo de adolescentes iba a valer a pena). Y de todo ese embrollo nació la que hoy día es mi propia compañía de teatro. En resumen: llevo toda mi vida en escena. Pero porque algunas personas han creído que era una buena forma de educar, no porque el sistema así lo considere. Esa es mi reivindicación.

El teatro, desde que tenemos tres o cuatro años, nos puede salvar la vida. Nos enseña a comunicarnos y no solo con palabras. Nos enseña a entender un gesto, una mirada. El teatro nos anima a decir lo que somos y lo que no, lo que sentimos y lo que queremos sentir. Nos hace humildes frente al público. Nos ayuda a volar en nuestra imaginación y crear un refugio donde todo puede ser perfecto o donde vemos las metas que queremos alcanzar. Abre nuestras mentes. El teatro nos dice que aceptemos nuestro cuerpo y el de la gente que nos rodea. Nos hace creer en las demás personas y nos ayuda a quererlas.

El teatro, la cultura en general, nos hace mejores en todos los sentidos. Es una inversión necesaria en el sistema educativo de cara a un futuro mejor. Lorca, Gloria Fuertes, Oscar Wilde, cientos de miles de adolescentes que sufren -o han sufrido- bullying habrían llevado una vida mejor si a nuestro alrededor abundasen los valores que se aprenden en las clases de teatro.

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